
Esa imagen nos lleva transversalmente a lo que verdaderamente somos al principio: almas inocentemente puras. Sus ojos lo delatan, ese embelesamiento cándido por el otro lo revela. Poco a poco todo ello se va cubriendo de todas la experiencias que se van acumulando en nuestra vida y llegamos a olvidarnos de que ese ser inocentemente puro aún existe en nuestro interior. Es tiempo de volver a recordar lo que hay de verdad en nosotros e ir extirpando las capa de cebolla que se van depositando a nuestro alrededor. No hace falta volvernos como un bebé, pero sí recuperar su esencia y ver en el otro nuestro espejo. Es fácil amarnos a nosotros mismos, ¿no? CUANDO EL AMOR ESPIRITUAL NOS LLENA, LO PODEMOS REGALAR CON GENEROSIDAD, sin esperar nada de vuelta.