

(Plantar una semilla es esperar que algo crezca regándola. Si planto la semilla del reconocimiento de Dios puede ser que si la riego con el agua de desearlo, germine en mi interior y brote en la superficie de mi alma. Así ocurrió en mí y por ello lo comparto. Pasé de un día al otro, de no creer en Dios a tener Su revelación inmensa, amorosa, envolvente, luminosa y reconfortante. Entendí que todos formamos parte de una misma luz y que todo el mundo forma parte de todo, que todo está unido por un hilo dorado sutil que nos mantiene en familia. Entendí que el amor por Dios que surge de nosotros, proviene de Su amor hacia nosotras, las almas. Entendí que el amor es el que va a “curar” el mundo.)