
La espiritualidad en sí misma no es un fin sino un medio. Con la conciencia de ser un espíritu en un cuerpo vamos limpiando todo lo que se ha adulterado en nosotros mismos. Despertamos ese sentido adormecido que intuimos existe en nosotros, el de la pureza que tanto nos emociona si lo observamos en alguien aunque solo sea un esbozo, porque en estos tiempos últimos del ciclo, nadie ha llegado a ser puro completamente.
Nos emociona verlo en los bebés, sus ojos están plenos de pureza, esos ojos que poco a poco se irán ensombreciendo con el paso de la vida.
Quienes se sienten llamados a dar un vuelco en su vida, sienten que han de seguir un camino diferente al que no les ha llevado a ninguna parte que se llame felicidad; es el camino de la espiritualidad que sienten que les va a llevar a la meta de esa paz y esa felicidad ausentes. Cuando hay pureza hay paz y felicidad. No solo se trata de la pureza del cuerpo, sino además, de la pureza del alma; cuerpo y alma, un tándem que nos capacita aquí,
en el mundo físico, a aproximarnos a la meta de la perfección angelical. Si somos los hijos de un Madre/Padre de tal Perfección, podremos ser como Él; nunca vamos a ser Dios como muchos aseguran ser últimamente, pero sí podremos adoptar Sus virtudes. Conocer a Dios no es imposible, es nuestro Madre/Padre, no somos huérfanos.