
Cuando por fin nos damos cuenta de que somos almas y no sólo un cuerpo que tiene vida.., podemos “madurar”. O sea, nos da perspectiva; así podemos separar la conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor; entendemos que sólo son paisajes laterales igual como cuando viajamos en coche y las imágenes se va desplazando por los lados y desaparecen. No todo lo que suceda estará para siempre en nuestro frente; se convertirá en el pasado y algo habremos aprendido de aquello. La conciencia de alma nos hace ver que somos actores en el teatro de la vida, y, al mismo tiempo, espectadores. Así maduramos, nos estabilizamos y las emociones dejan de dirigirnos la vida.
